Los controles antifraude, insuficientes para detener a los defraudadores

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Un estudio de la consultora KPMG confirma que el uso de la tecnología y la sofisticación del modus operandi son factores que están ganando peso en la comisión de fraudes e irregularidades corporativas.

El fraude es una lacra global que daña la reputación de las organizaciones, perjudica la competitividad y el desarrollo de la sociedad, y supone pérdidas económicas que ascienden a miles de millones de euros cada año. A pesar de ello, las empresas no disponen de controles internos a la altura de las circunstancias. De hecho, la debilidad de éstos es uno de los factores que contribuyeron a hacer posible la comisión del 61% de los casos de fraude analizados en todo el mundo; y este factor estuvo presente en el 72% de los estudiados en Europa. Así lo pone de manifiesto el informe “Global Profiles of the Fraudster”, realizado por KPMG Forensic a partir del análisis de 750 casos de fraude investigados en 78 países.

El estudio, además, apunta que el uso de la tecnología y la sofisticación del modus operandi son factores que están ganando peso en la comisión de fraudes e irregularidades corporativas. La tecnología es utilizada por los defraudadores; pero, al mismo tiempo, empleada de forma adecuada, podría convertirse en una herramienta esencial para prevenir, detectar y dar respuesta a las malas prácticas corporativas.

Esta realidad, según el informe, pone de manifiesto el enorme reto al que se enfrentan los gestores de un gran número de organizaciones a escala internacional, pero también los beneficios potenciales que presenta la aplicación de medidas antifraude eficaces. En palabras de Fernando Cuñado, socio responsable de KPMG Forensic en España, “la globalización de las actividades y la mayor regulación son sólo algunos de los factores por los que los controles antifraude son hoy más importantes que nunca en el mundo empresarial”.

Según los especialistas de KPMG Forensic, para combatir el fraude, las organizaciones deben poner en marcha una serie de medidas. En primer lugar, analizar los riesgos de forma recurrente y proactiva para definir controles suficientes y proporcionales. Segundo, aprovechar mejor la tecnología, pues únicamente un 3% de los casos analizados fueron detectados a partir de análisis basados en estas herramientas. Después, es imprescindible conocer y seleccionar a los terceros con los que se relaciona la organización atendiendo a criterios de ética e integridad. Y, por último, las organizaciones deben disponer de mecanismos eficientes para detectar y responder de forma temprana ante eventuales irregularidades.

Para finalizar, el informe de KPMG desgrana una serie de características que definen el perfil del defraudador en el entorno empresarial. Tiene entre 36 y 55 años (69% de los investigados); constituyen una amenaza que proviene del interior de la compañía (el 65% son empleados contratados por la empresa); pueden ser ejecutivos o consejeros (35%) que llevan en la empresa, al menos, seis años (38%); se perciben socialmente apreciados, con un 38% de los estafadores que se describen a sí mismos como personas muy respetadas en su organización; y el lucro personal es la motivación predominante para el defraudador (en un 60% de los casos).

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