Presidente Trump y las TIC americanas: el arte de negociar

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Jorge Díaz Cardiel

Trump no entiende el sector de las tecnologías de la información (TIC). Lo suyo es el mercado inmobiliario, los hoteles, la construcción, los casinos, los campos de golf, los libros que firma, pero no escribe él y la promoción de su marca personal, que considera su activo más valioso.

Cuando, en los años noventa, se produjo el estallido boyante de las TIC, Trump estaba construyendo tres inmensos casinos en Atlantic City que, en menos de un año, estaban en bancarrota. Posiblemente, no oyó hablar de Hewlett-Packard ni las impresoras (no utiliza ordenador), ni de IBM y los mainframes, ni de Microsoft y Windows 95’, que hizo a Bill Gates 55 veces más rico que él; tampoco de conceptos de la época que se pusieron de moda (BI, SCM, CRM, ERP, BPO, etc) gracias a Oracle, SAP y tantas otras empresas de Software.

Veinte años más tarde, Trump se dedica al show business en televisión con “The Apprentice”, lo que le hace tan famoso como una marca de lavadoras en los hogares norteamericanos. Está tan ocupado en decir: “you are fired!”, que se le escapa el fenómeno de Apple, Samsung, Google, Amazon, Ebay, Facebook, Amazon, etc. A los bancos si les conoce, aunque ellos no quieran saber nada de él: un empresario con seis bancarrotas y cinco suspensiones de pagos no puede ser bienvenido en Wall Street, donde uno -solo- va a pedir dinero. Mal negocio para los bancos.

Hoy, las TIC suponen, en América, el 70% de su PIB sectorial, multiplican por dos el crecimiento económico y por tres la productividad empresarial, especialmente en las pymes. Trump podía ignorar las TIC cuanto quisiera, pero no en campaña electoral, cuando 150 empresas tecnológicas se le plantan y dicen que apoyarán por todos los medios a su contrincante.

Trump suele decir que le gusta tener enemigos “para derrotarlos y tirarlos por el suelo”, pero enfrentarse con, tan solo, las cuatro empresas más valiosas del mundo en bolsa (Apple, Google, Amazon, Facebook) es una imbecilidad, incluso para la anomalía estadística que supone el fenómeno Trump. Éste dice que tiene una fortuna de 10,7 billones de dólares. Aunque lleva 18 años sin hacer declaraciones de impuestos, por artificios contables y trucos legales (declaró pérdidas de 1.000 millones de dólares hace casi 20 años y eso se lo ha permitido, escapándose del fisco), sabemos que su riqueza real no excede los 3,7 billones de dólares y muchos de esos bienes están hipotecados.

Apple tiene en caja 155.000 millones de dólares. Aun cuando Trump no sepa quien fue Steve Jobs o desprecie a Tim Cook, es difícil pesar que le plantaría la cara. Cook, si quisiera, podría comprar -con ese dinero en caja- todas las empresas de telecomunicaciones de Europa, sin pedir un dólar a los bancos. Tampoco se atreve con Warren Buffet, quien ha invertido recientemente en Apple, IBM y Microsoft. Es la tercera fortuna del planeta, primer inversor del mundo y, aunque Buffet ha dicho cosas feas de Trump (básicamente, le llamado inútil y mal empresario), éste no ha contestado. Sabe que, si lo hace, Buffet le destruirá en bolsa en un solo día. Ríete del botón de los misiles nucleares.

Pero Trump quiere generar empleos en América y las empresas tecnológicas ya no fabrican en tierra patria, sino en China, por sus muy bajos costes laborales. Así, que la promesa de Trump de “obligar a Apple a fabricar en Estados Unidos” -y con Apple todo el sector tecnológico-, tiene fácil solución para todas las partes. Si las empresas tecnológicas fabrican en Estados Unidos, sus costes laborales subirán mucho. Trump lo sabe. Por eso, les ofrece bajar el tipo del impuesto de sociedades del 35% al 15% y al 10% por repatriar beneficios. Es decir, compensar el alza de los costes laborales con una muy fuerte bajada de impuestos para las empresas TIC.

Intuyo que Tim Cook dirá que sí.

*El arte de negociar es el título del libro más vendido de Trump

Jorge Díaz Cardiel, Socio director General de Advice Strategic Consultants y autor de “Hillary Clinton versus Trump: el duelo del siglo”. 

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