IA y empleo: ¿por qué somos tan malos prediciendo el futuro del trabajo?
- Opinión

En cada revolución tecnológica surge la misma pregunta: ¿qué trabajos van a morir y cuáles nacerán? Hoy, con la Inteligencia Artificial, volvemos a caer en la tentación de pronosticar el mercado laboral del futuro. Sin embargo, la historia nos enseña una lección incómoda: somos pésimos prediciendo los empleos del mañana.
Por Borja Castelar, autor de "Power Skills" y ex director de Linkedin.
Pensemos un instante. ¿Quién hubiera imaginado hace treinta años la profesión de community manager? En 1994 apenas se escuchaba hablar de Internet; primero habría que explicar qué era la red, después qué eran las redes sociales, y solo entonces podría surgir el rol de alguien que gestiona comunidades digitales. Este ejemplo deja claro lo difícil que resulta anticipar qué desaparecerá y qué emergerá.
Tres verdades incómodas sobre el futuro laboral:
1. Los trabajos no mueren, se transforman. El telégrafo desapareció, pero no la comunicación. El linotipista desapareció, pero no la necesidad de contar historias. Lo que cambia es la herramienta, no la esencia.
2. Los empleos del futuro nacen de problemas que todavía no existen. La ciberseguridad no era un mercado relevante hasta que Internet se masificó y los ataques digitales se volvieron cotidianos. Lo mismo ocurrirá con la IA: generará nuevas vulnerabilidades, pero también nuevas profesiones para solucionarlas.
3. La predicción es menos importante que la preparación. No se trata de adivinar qué puesto será reemplazado o creado, sino de desarrollar las habilidades humanas (las power skills): comunicación, creatividad, liderazgo, inteligencia emocional. Son las que garantizan adaptabilidad, sin importar la tecnología.
El error de obsesionarse con la lista de empleos que “desaparecen”: cada semana aparecen artículos alarmistas: “los 10 trabajos que la IA destruirá”. Pero la realidad es más matizada. La IA no elimina oficios de golpe, los redefine.
Un abogado seguirá existiendo, pero el que se limite a recitar jurisprudencia será reemplazado por algoritmos capaces de analizar miles de sentencias en segundos. En cambio, el abogado que escuche, entienda el contexto humano del cliente y sea capaz de persuadir a un jurado o negociar con carisma, tendrá más valor que nunca.
Y con la medicina ocurre lo mismo. Los médicos no van a desaparecer. Pero sí va a desaparecer ese médico que únicamente diagnosticaba con base en datos, sin empatía, sin escuchar de verdad al paciente. Porque ya existen algoritmos que detectan tumores en radiografías con mayor precisión que un especialista promedio, o que cruzan millones de historiales clínicos para predecir riesgos. Lo que ninguna máquina puede replicar es la presencia humana del médico que sostiene la mano del paciente en el peor momento, que transmite confianza al comunicar un diagnóstico, o que persuade a alguien para cambiar hábitos que salvarán su vida.
El médico del futuro no será sustituido, será aumentado: con inteligencia artificial como copiloto clínico y con habilidades humanas como principal diferenciador. En esa combinación está la clave: la IA puede dar respuestas, pero solo el médico puede dar esperanza.
¿Cómo prepararse de verdad?
1. Invierte en aprender a aprender. La velocidad del cambio obliga a que la capacidad de reciclaje sea más valiosa que cualquier título.
2. Fortalece tus habilidades humanas. Persuasión, carisma, resiliencia, creatividad. Son inimitables por los algoritmos.
3. Experimenta con la tecnología. No desde el miedo, sino desde la curiosidad. Quien integra antes, lidera después.
Conclusión
El futuro del empleo no está escrito en ningún ranking de profesiones en extinción. Está en la capacidad de cada uno de nosotros de reinventarnos, de desarrollar aquellas habilidades que ninguna máquina puede replicar, y de ver en cada crisis una oportunidad para crecer.
Quizá dentro de treinta años miremos atrás y nos riamos de nuestras predicciones de hoy, pero lo que sí será innegociable es que quienes aprendieron a adaptarse siempre encontraron un lugar.