La formación como pilar del futuro laboral: una inversión pendiente en España

  • Opinión
Bárbara Gómez directora operaciones ADP Iberia_hor

En plena transformación digital, con tecnologías que avanzan más rápido que nunca y un mercado laboral cada vez más exigente, resulta inquietante descubrir que sólo el 19% de los trabajadores españoles cree firmemente tener las habilidades necesarias para progresar profesionalmente en los próximos tres años. Aún más preocupante es que apenas un 11% percibe que su empresa invierte en esas habilidades.

Por Bárbara Gómez, directora de operaciones de ADP Iberia

 

Estos datos, extraídos del reciente informe People at Work 2025: una visión sobre el equipo humano global de ADP Research, dibujan una realidad que debería hacernos replantear esta situación: en España, la preparación para el futuro del trabajo puede y debe mejorar.

Esta sensación de “desamparo” profesional no es exclusiva de nuestro país, aunque sí se acentúa en el contexto europeo, donde sólo el 12% de los trabajadores cree contar con el respaldo empresarial para desarrollar sus capacidades. A nivel global, el porcentaje de empleados que se sienten preparados para avanzar en su carrera asciende al 24%, y un 17% realmente considera que su empleador invierte activamente en su desarrollo. Pero ¿es suficiente?

 

Inversión en formación

Las cifras del informe nos recuerdan una verdad tan antigua como olvidada: el talento no se hereda, se cultiva. Las organizaciones que invierten en formación y desarrollo no sólo mejoran sus índices de productividad, sino que también logran retener mejor a sus trabajadores y construir una reputación sólida como empleadores. Pero las cifras arrojan una realidad distinta Solo una minoría de empleados mejora sus habilidades en los dos años posteriores a ser contratados. Y entre quienes repiten tareas rutinarias día tras día, la sensación de estancamiento se acentúa: el 9% de los hombres y el 7% de las mujeres en esta situación afirman estar satisfechos con las oportunidades de formación que reciben.

El hecho de no aprovechar al máximo el potencial humano puede tener consecuencias directas. No solo frena el crecimiento profesional de los individuos, sino que empobrece a las organizaciones que no saben capitalizar el talento interno. Según el informe, los trabajadores que consideran que su empresa les brinda la formación adecuada tienen casi seis veces más probabilidades de recomendar su lugar de trabajo. Además, se sienten más productivos y comprometidos, y presentan una menor intención de abandonar la empresa. ¿Puede haber mejor argumento para invertir en desarrollo profesional?

 

Brecha de habilidades

En este escenario, la brecha de habilidades se convierte en un problema estructural. La formación no es suficiente para cubrir dicho “gap” y por eso las empresas deben actuar con mayor decisión y visión de futuro. No basta con ofrecer cursos puntuales o acceso a plataformas de e-learning; hace falta una estrategia clara y sostenida, que integre el aprendizaje como parte del ADN corporativo. La comparación internacional también debería servir como espejo. Mientras en Europa sólo el 17% cree firmemente tener las habilidades necesarias para avanzar, en regiones como Oriente Medio y África esta cifra se eleva al 38%, seguida de América Latina con un 32%. ¿Por qué España y Europa se quedan rezagadas? ¿Es un problema de cultura empresarial? ¿De prioridades políticas? Sea cual sea la razón, la consecuencia es la misma: una fuerza laboral con necesidades para afrontar el cambio constante.

Los desafíos del futuro del trabajo —la automatización, la inteligencia artificial, los cambios demográficos y la globalización— exigen una respuesta rápida y efectiva. No es una cuestión de moda ni una recomendación bienintencionada. Es una necesidad urgente. La capacidad de adaptación de los trabajadores será uno de los factores diferenciales entre las economías resilientes y las que se quedan atrás.

 

Margen de mejora

Por eso, las conclusiones del informe deben leerse no sólo como un diagnóstico, sino como una llamada a la acción. Las empresas tienen en sus manos la oportunidad de convertirse en agentes de transformación. Deben incorporar iniciativas de formación esenciales en los flujos de trabajo diarios para garantizar el compromiso y fomentar una cultura de aprendizaje continuo donde el desarrollo se considere como una parte integral y continua del trabajo en lugar de una tarea separada.

En definitiva, formar a los trabajadores no es un gasto, es una inversión. No se trata de preparar a las personas para un único puesto, sino de dotarlas con herramientas para que puedan navegar por un entorno en constante evolución. Sólo así podremos aspirar a un modelo productivo sólido, inclusivo y competitivo. Ignorar este reto es condenarse al estancamiento. Afrontarlo, en cambio, es abrir la puerta a un futuro laboral más justo, sostenible y humano.